EL CHIGRE DE PARLERO

Donde la nada ocupa demasiado

El título no parece castellano porque casi no lo es. En realidad es un término utilizado en Asturias. Los chigres no son “tigres de chicle” (como podría figurar su descripción en el diccionario de absurdos de Coll)  ni nada parecido. Es un local de los que ya no quedan por el mundo y que una vez que has entrado en uno te das cuenta de que el tiempo no pasa igual en todas partes.

5 días 5 en Latitud 43,4 Longitud –6,6666667, en el Concejo de Villayón, desde donde parte la carretera de coche y medio de ancho que sube hasta Parlero. Es, afortunadamente, la parte menos turística de Asturias, más cercana a Galicia. Es una de las partes más bellas de Asturias, de España. Cinco días en los que el tiempo, el color, los sabores, toman y tienen otra dimensión.   Allí recabamos en agosto de 2005, aunque insisto: el tiempo, los meses, los años, allá no tienen importancia.

Parlero es una concurrencia de casas, paneras, vacas y un paisaje de quedarte mirando por la ventana todas las horas del día: montañas, valles, aldeas lejanas que cuelgan de las laderas como las vacas que pastan en los prados y que no sabes cómo demonios se sostienen ahí sin precipitarse y que dan, por lo tanto, leche de alto riesgo.  Todo ello con una vegetación exuberante de matorrales de toxos y brezos en flor y de árboles de otros tiempos: castaños, fresnos, abedules.

 

La casa (rural, lógicamente) que habitamos forma parte de un conjunto: Casa Carrión, perteneciente en alma y en espíritu a la familia de Antonio. Y es su madre, Luisa, la que se encarga de tenerla a punto. Allí en Asturias las casas tienen nombre y te conocen en la aldea por el nombre de la casa a la perteneces y no por tu nombre o apellido.

Debajo de la vivienda está el “chigre” que es una especie de bar-tienda-museo-templo,  pero que en realidad es como un centro cultural maravilloso con su auditorio y lugar de reunión de la gente de la aldea, incluido el centro de mayores con sus partidas de cartas y todo . Pero no te sientes extraño cuando entras y no eres de allí. Te acogen como si fueras un cliente habitual. Al entrar se te va la vista a todo lo que te rodea porque no puedes creer que un local de esas dimensiones  pueda estar repleto de tantas cosas y tan dispares como ollas de cerámica roja, batas para estar por casa, zapatillas, fruta y verdura, queso y fiambre, cuchillos y navajas de Taramundi , pañuelos de papel, jabón de lavadora, tinte para el pelo, medias y calcetines, tabaco, estuches de pinturas de colegio con letras en cirílico, herramientas de ferretería,  bombillas…, en fin, todo lo que puedas necesitar. Pero sobre todo estaba el bar, regentado por Luis y Mari Luz que estaban al frente desde hace, creo recordar, 4 años.

¿Y qué queréis de beber?”, te pregunta Luis, que tiene una chispa enorme. Y ahí empieza el espectáculo. Y es que entras en el chigre según llegas de pasar un buen día de ruta y te tomas un botellín y empiezas a contar cómo te fue. Es entonces cuando los que están allí, en la barra, da igual si los conoces o no, plantean una charleta de lo más animada, todos opinan, te ríes, te sientes escuchado y aprendes lo que dicen los demás en ese lenguaje medio castellano medio astur que nunca has oído, o al menos nunca lo has entendido. Se queda uno medio embobado. Que si ellos también han estado por allá y que si vais a este sitio o a ver este otro que merece la pena. En fin que te subes a cenar y quedas emplazado y encantado para luego.

Bajar después de cenar y empezar a ponerte “cacharros” es todo uno. Se organizan varios círculos de conversación en donde la gente va rotando. Las opiniones vienen hasta de los que parecen que no se enteran porque están dándole al naipe, ya sea jugando al mus o a la brisca. Pero al final da gusto: todos compartimos la huida del jabalí en la jornada de caza matutina, o las opiniones entorno a la apertura de una mina de oro en la zona de Tapia de Casariego, por la Empresa Rio Narcea, que para encontrar una buena veta de oro destrozan una montaña entera.

El chigre también cuenta con cabina telefónica propia, de esas que antes había por la calle con sus puertas de cristal y todo, y en sus paredes, las pocas que quedan libres, hay unas fotos de los equipos de fútbol donde jugaron muchos de los que siguen por allí en sus años mozos, aunque mozos se les ve aún, todo hay que decirlo.

“Tenéis que probar el chosco” nos dice Antonio allí en el chigre y por el mismo precio oiga, Mari Luz nos vende el chosco y nos da la receta: Envuelves el chosco en papel albal, meteslo en agua y cuando cuezca 2 horas sacaslo y en esa misma agua pones patatas a cocer. Está riquísimo y da mucho de sí.

Aquí en la cocina  “téngolo” colgado a la espera de que haga un poco de frío y tenga buena compañía para guisarlo como dijo Mari Luz.

Los consejos de Antonio para visitar los alrededores son fantásticos. Ha elaborado una guía muy apañada con comentarios sobre la zona y que se ajustan muy bien a la realidad sobre todo culinaria, claro que la cocina en las Asturias no solo alimenta el estómago, sino también el espíritu. Pero no solo de pan vive el hombre, y los rincones de esta zona son simplemente maravillosos. Es con lo que esta tierra me enamoró hace años. Siempre encuentras un rincón nuevo, un rincón bueno. Y en cada uno de ellos una persona buena que te hace una persona nueva.

Rincones y personas como en casa Sergio en Villayón que se come un menú del día que lo recuerdas durante un año: comenzando con su perola de fabes con callos y continuando con carne asada. De postre requesón. (No me digan que esto no es capaz de alimentar el espíritu). Y de allí sales rodando y coges coche y lo dejas caer hasta Navia a sestear en la playita, que aunque prefieras la montaña no te va a importar, porque está rodeada de un bosque de eucaliptos, donde no hace ni pizca de calor y si las olas te dejan, te desperezas bastante en el agua que tiene esa temperatura que solo el Cantábrico sabe tener.

Tengo que referir la calidad del sueño que se alcanza con soltura y gran predisposición en las noches de Parlero. Subes del chigre, de las excursiones o del paseo vespertino, y duermes como un bendito, te dan las 10 ó las 11 de la mañana y dices ¿qué ha pasao? ¿cómo he dormido tanto? Ni te enteras y eso sí, duermes con mantita y todo.

Dentro de la casa (rural, por supuesto) te encuentras como en casa, tiene todas las comodidades, incluida chimenea, que no llegamos a encender pero que promete acogedora cuando arrecie el frío. La vista desde la ventana del comedor es de un prado con manzanos y la de las habitaciones es del pueblo y detrás el enorme e increíble decorado de las montañas (esto no es como en casa). Todo es de color verde aunque por allí dicen que se nota mucho la sequía de este año. Pero para un castellano, este verde ya es un verde intenso. Inmensos valles arropados por verdes montañas que lejos de ser parte de un lejano escenario, sientes la necesidad de que se conviertan en tu casa día tras día, noche tras noche.

Se nos ha quedado corto el tiempo de estancia, nos hemos dejado cosas pendientes de hacer de la guía de rutas de Antonio y sobre todo de habernos quedado en el pueblo sin hacer nada, dedicados a la vida contemplativa, que no es poco porque Parlero es uno de esos lugares donde la nada ocupa demasiado. Tanto que vuelves a descubrir que lo autentico de una tierra está en sus gentes, en sus colores, olores, sabores y en esos pequeños placeres de levantarse por la mañana y ver amanecer entre tonos verdes montañosos.

No puedo más que agradecer a la madre naturaleza el haber puesto Parlero, Villayón, Las Asturias, frente a nuestros ojos y junto a nuestras manos. Son lugares en los que es más fácil vivir creyendo en la libertad.

Lo demás ni lo cuento ni lo intuyo: animo a que imaginéis, preguntéis a Antonio, a Luisa, a cualquiera que os encontréis por Parlero.

Pero para eso hay que ir…

Javier (agosto de 2005)